Hace muchos años atrás en la
habitación de una fémina que nunca pude querer de la manera en que ella deseaba
que la quisiera, me encontré con la mujer que supe amar platónicamente, y que
creo siempre será un idilio.
Me llevo de las narices ni bien
tuve noción de su autenticidad y al comprobar que teníamos algunas
coincidencias, siendo ella una mujer maravillosa en todos los aspectos, debo admitir,
coincidir en algo me hizo sentir un poquito maravillosa también, aunque claro,
quizá la mayoría de las lesbianas compartamos las mismas.
Si quisiera enumerar las razones
por las cuales el impacto de conocerla me llevo a buscar infructuosamente una
mujer similar, una vez terminada la lista, la borraría y volvería a empezar mil
veces, porque es una fantasía, y como todas ellas se acerca tanto a la “perfección”
que puedo concebir, que nunca podría redondear la idea.
Muchos años después, cuando mi
ser en búsqueda se había calmado y sentía la plenitud de estar en los brazos
amados, me volví a cruzar con ella, esta vez la dama que me estaba haciendo feliz
me estaba regalando la posibilidad de seguir mi idilio.
La señora de mis fantasías se
llama Natalie, y la conocí en las exquisitas páginas del “Retrato de una
seductora” de Jean Chalón, de una prosa delicadamente delineada por las epístolas
y poemas de la misma Natalie y sus pulquérrimas conquistas, es un placer
documentado.
Encomiendo su lectura sobre
cualquier otra, no es fácil de conseguir, pero tampoco imposible, les aseguro
que si al finalizar el libro no están enamoradas de ella, van a admirarla, además
es un excelente guía para conocer de las obras de las intelectuales
de la época.