Me bastan unos minutos de básica
reflexión para entrar en la angustia de
la finitud, como la definí cuando empecé a darme cuenta qué significaba esa
melancolía “absurda” que me acompañaba la mayoría de los días.
Heidegger diría, quizá, que es
darse cuenta que soy un “ser para la muerte”, y sí, es un poco eso, es un poco
entender que aun sabiéndome pequeña temporalmente no me permito cambiar mi
actitud de vida cotidiana, no puedo simplemente lanzarme a intentar ser, con la
mayor ambición, feliz cada segundo, sin pensar en eso que llamamos FUTURO.El tiempo es una noción necesaria, evidente, trascendente y lastimosamente corrosiva. Aunque de pensarlo es otro absurdo, o sea, le echamos la culpa de todo lo que se nos escapa como humanos y le otorgamos el poder de sanar todos los males, un dios más, un dios griego.
Cuando me confesé absolutamente
incapaz de creer en eso que llaman Dios
me despedí también del abrigo que puede
darles la idea de protección, de otra vida, de otra oportunidad de mejorar, del
destino, del alma, del espíritu, de la fe, de los milagros…de la magia.
Pero a pesar “de” sí creo en
algo, en las emociones, en el AMOR.
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