miércoles, 5 de agosto de 2015

De pequeñas incomodidades (¿?)


Ayer recordábamos en la cena con dos “posibles amigas” historias de la infancia.
La mayoría venían en tono de gracia, reíamos, nos resultaba ameno el momento.

Cuando llego mi momento de narrar una anécdota del jardín de infantes se acabaron las risas, no fue placentero.
Adoraba la casita con todo y sus muebles, él bebe recostado en la pequeña camita, la cocina, todo rosa, todo normado. Me paraba en frente y lloraba, melancólica, la señorita no podía calmarme, no podía integrarme, me dejaba con los nenes y los autitos, me sentía todavía más descolocada. Lo peor, uno de los nenes atinó a darme un besito robado en la mejilla, trauma, llanto, vergüenza, desconsuelo otra vez, mi espacio favorito empezó a ser un rincón cerca de la biblioteca, algunas veces rompecabezas, casi no asimilaba el juego.

Nunca termine de sentirme cómoda en los ámbitos educativos (hasta llegar a la universidad), no podía sentirme parte, no quería jugar con las nenas, me aburría, pero adoraba sus juguetes. No podía jugar con los nenes, me lastimaban, me golpeaban, yo era frágil, delicada.
No siempre es fácil encontrarse, entenderse, definirse, las construcciones sociales están muy acotadas y cuando se viene un cambio hay tanta resistencia que se lastiman al pasar muchas cabecitas.

Todo empieza en una idea, de una cabeza, en un momento y se expande.

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